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San Pedro vivió una jornada inolvidable este domingo: ante una multitud en el Estadio Municipal, Independencia se consagró campeón del fútbol sampedrino tras empatar 0 a 0 frente a Paraná y quedarse con el título en una electrizante definición por penales.

Sin embargo, en medio de la euforia y la alegría, las bombas de estruendo y los fuegos artificiales volvieron a escucharse, a pesar de que en el distrito rige la Ordenanza Municipal N° 6.212/16, que prohíbe de forma expresa la tenencia, fabricación, comercialización, depósito y uso de pirotecnia en todo el partido de San Pedro.

Además, en la previa del encuentro, las motos con contraexplosiones también formaron parte del «espectáculo», aumentando la tensión sonora del ambiente, mientras que a pocos metros del estadio funciona el Hospital Municipal Emilio Ruffa, una institución que queda expuesta ante cada episodio de estas características.

¿Qué pasó con la normativa?
A nivel provincial, la Ley N° 15.406 refuerza esta prohibición, especialmente para pirotecnia de alto impacto sonoro, como petardos y cohetes. Y no sólo se trata de una cuestión legal: también es una cuestión de salud pública y respeto.

La normativa, tanto local como provincial, incluye a los espectáculos deportivos, y establece que:

Está prohibido el uso de pirotecnia sonora en estadios, canchas y eventos masivos.

La restricción alcanza a clubes, hinchas y particulares.

¿Por qué se prohíbe?
La pirotecnia sonora no es un detalle menor. Su uso impacta negativamente en:

Personas con condición del espectro autista, niños, adultos mayores y personas internadas.

Animales que sufren estrés o lesiones.

La posibilidad de accidentes, incendios o heridos por mal uso.

La contaminación sonora y ambiental en zonas sensibles, como cercanías a hospitales.

Una fiesta que no puede tapar otras realidades
Celebrar un campeonato es parte del folclore del fútbol. La emoción, la pasión y la alegría son legítimas. Pero también lo es el cumplimiento de normas pensadas para proteger a los más vulnerables, y garantizar que todos —hinchas o no— puedan convivir en un entorno respetuoso y seguro.

¿Quién controla que se cumpla la ordenanza? ¿Quién se hace cargo cuando no se respeta? ¿Qué mensaje se envía a la comunidad cuando las reglas se aplican sólo en algunos casos?

En momentos de euforia colectiva, la responsabilidad no debería apagarse, sino encenderse con más fuerza.