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La violencia no aparece de un día para el otro. No es un acto aislado ni una reacción espontánea. Es, en muchos casos, el desenlace de historias largamente silenciadas, ignoradas o minimizadas. La vivimos todos los días: en las calles, en las casas, en las escuelas, en los discursos, en los vínculos.

Cuando una madre mata a sus hijos, cuando un hombre asesina a toda su familia y se suicida, como vimos en Villa Crespo y en la región de Tres Arroyos y Necochea, no estamos ante “hechos policiales”. Estamos ante el fracaso colectivo de una sociedad entera.

Vivimos en una sociedad que no sabe (o no quiere) hablar del dolor. Que no detecta a tiempo los signos. Que aún cree que la salud mental es un lujo o un tabú. Que romantiza la familia como lugar seguro, aunque muchas veces sea la primera escena del horror.

En la mayoría de los casos, los agresores son miembros de la misma familia: parejas, padres, hijos. Sin embargo, el patrón es claro: una espiral de control, intimidación y violencia física, psicológica o económica. Las víctimas, muchas veces mujeres y niños, viven en condiciones de constante temor y sufrimiento. A menudo, se sienten atrapadas por el amor, la dependencia o el miedo a represalias.

Las dos masacres familiares que han conmocionado a nuestra sociedad, y aunque cada caso tiene su propio contexto, ambos comparten un factor común: los agresores presentaban graves problemas de salud mental

En Villa Crespo, Laura Leguizamón, tras asesinar a su esposo y a sus hijos, se quitó la vida. La investigación preliminar indicó que la mujer estaba atravesando una profunda crisis emocional. Aparentemente, sus trastornos psiquiátricos, agravados por un contexto familiar y personal complicado, llevaron a esta tragedia. El estrés postraumático, derivado de años de conflictos familiares y la ausencia de contención adecuada, fue un factor que desencadenó el brutal ataque.

De manera similar, el hombre que cometió la masacre en Tres Arroyos y luego se arrojó frente a un camión en Necochea, también sufría de trastornos mentales no tratados. Se identificó que Fernando Dellarciprete había sido diagnosticado con problemas de depresión severa y ansiedad, pero los intentos de tratamiento fueron mínimos y, al parecer, nunca se dio un seguimiento adecuado a su situación.

Estos dos casos demuestran que la violencia intrafamiliar no es un fenómeno aislado ni algo que se pueda atribuir únicamente a la maldad o la rabia. En muchos casos, se trata de una manifestación de graves problemas de salud mental que no reciben el tratamiento adecuado. La depresión, la ansiedad, los trastornos de personalidad y el estrés postraumático pueden desencadenar reacciones violentas si no se tratan a tiempo.

Es crucial entender que la violencia no es solo un problema de comportamiento

Triple crimen en Villa Crespo
El 22 de mayo, en el barrio porteño de Villa Crespo, Laura Leguizamón, de 50 años, asesinó a su esposo, Adrián Seltzer (53), y a sus hijos Ian (15) e Ivo (12), antes de quitarse la vida. Según la investigación, Leguizamón utilizó dos cuchillos para cometer los homicidios. Seltzer fue apuñalado tres veces en el pecho mientras dormía, y los adolescentes recibieron entre 10 y 12 puñaladas cada uno, evidenciando signos de defensa. Tras el crimen, Leguizamón se suicidó en el baño del departamento, infligiéndose heridas en el pecho y las muñecas

Masacre familiar entre Tres Arroyos y Necochea
El 4 de junio, Fernando Dellarciprete (40) estranguló a su esposa, Rocío Villarreal (35), en su domicilio de Tres Arroyos. Posteriormente, trasladó a sus hijos Tiziano (8) y Francesco (4) hacia el paraje San Cayetano, donde intentó suicidarse chocando su vehículo contra un monte. Al no lograrlo, ahogó a los niños en una zanja y luego se arrojó bajo las ruedas de un camión en la ruta 228, falleciendo en el acto

La pregunta de «¿cómo puede suceder algo así?» no tiene una sola respuesta, y es doloroso tratar de desentrañar lo que lleva a un ser humano a destruir su propia familia. Sin embargo, lo que podemos afirmar es que estas tragedias son el resultado de una serie de factores que se entrelazan: problemas de salud mental, adicciones, abuso emocional y una sociedad que a veces falla al no brindar la ayuda oportuna.

No podemos seguir ignorando las señales de advertencia ni el sufrimiento silencioso de quienes nos rodean.