Colaborá con nuestro medio Apoya el periodismo local y ayuda a nuestro diario digital a crecer. Tu colaboración nos permite seguir brindando noticias y contenido de calidad. Escanea el código QR para contribuir y ser parte de nuestro equipo de lectores comprometidos.

Este miércoles 1° de mayo, al cumplirse un año del fallecimiento de Edgardo “Yayo” Altolaguirre, familiares, amigos y vecinos participaron de un emotivo homenaje en el Cementerio Parque “El Molino”, donde descansan sus restos. El acto, sencillo pero profundamente sentido, incluyó palabras del padre Sergio Bueno, párroco de Río Tala, quien bendijo el lugar y recordó con cariño la figura de Yayo.

Durante la ceremonia, se descubrió un busto realizado por el propio Altolaguirre, símbolo de su legado como escultor, artesano y creador.

Fue de los momentos más especiales la presentación de “El Pensador”, una escultura que refleja la esencia de su pensamiento y su compromiso con el arte y la comunidad. La obra fue colocada junto a su tumba, como testimonio del vínculo indisoluble entre su vida y su obra.

Edgardo “Yayo” Altolaguirre falleció el 29 de abril de 2024. A lo largo de su vida fue reconocido por su entrega al arte, la docencia y la participación comunitaria. Su legado más visible sigue siendo el Parque Utopía en Villa Igoillo, espacio que él ideó y construyó con sus manos, y que aún hoy es un lugar de encuentro, juego y reflexión para muchas generaciones.

Como parte del homenaje, se leyó un texto especialmente escrito para la ocasión, que recorrió con imágenes poéticas y recuerdos íntimos la huella que dejó en quienes lo conocieron y amaron. A continuación, la nota completa:

A Yayo
A veces nos cuesta describir lo que sentimos. Sentir las palabras. Ahondar en el tiempo, en la frágil memoria de lo que queremos para siempre.

Aquí, un hombre con manos bendecidas, que supieron esculpir y dar forma a lo que no es, para que sea.

Creación divina.

Recuerdo. Porque de eso se trata: ese instante, y todos los instantes.

Recuerdo una charla, con un mate entre polvillo, prensas y sargentos.
Recuerdo y voy componiendo, mientras la memoria vive y se hace luz.
Recuerdo una ventana de vidrios repartidos, un aroma a madera recién pulida,
un tornillo loco que gira en la mesa de un carpintero de ley.

Y entre una milonga que se escapa de una radio vieja,
el ladrido de un perro, y una escultura que estaba por nacer.

Además —y como esas cosas que se entienden solo con amor,
que se explican solo con amor, y que sobreviven porque es amor,
y nada más que amor— me refiero a una mujer.
Inseparable. En la noche. En las largas noches hasta el amanecer.
Una mujer que brindó todo, todo, todo.

Una pintura en miniatura.
Un caballo de madera sin estribos.
Un Cristo al que le entregué mis plegarias, trasladado a una exposición.
Un triciclo andariego de niño travieso, que juega con la luna de lata y un sol de madera.

Supiste captar lo que pasaba.
Convidando siempre. Siempre convidando.

Nobleza y sencillez en el hacer creador.
Creyendo y creciendo.

Todo está ahí.
Vivo.
Como la mirada de todos, con tanta utopía.

Crear para transformar.
Crear para vivir.
Amar para toda la eternidad.

La memoria no se guarda en ningún cajón. No.
Se queda en algún bolsillo bordado por la mamá.
O junto a un banquito recién encolado.
En un poema de Aníbal.
En una danza de la ahijada.
O en una canción.

Desde Crónica San Pedro, abrazamos a su familia y lo recordamos reviviendo sus obras, su esencia y su amor por la comunidad. Su arte sigue hablando. Su utopía, también.